La historia de mi vida - Parte 1: No son sino de antes

Debió ser una tarde soleada en mi casa, porque momentos como ésos no son del día a día, de las manos de mi hermana una pequeña caja de ésas que uno espera con ansia y algarabía, fue entonces que con la caja al suelo y entre media abierta, asomó la cabeza un cachorro algo torpe y panzón, las miradas todas de asombro sobre el pequeño de ojos grandes como uvas, que llegaba a un mundo diferente. Mi familia necesitaba de un guardián, así que aceptó el regalo, entonces, nació la magia…
Mi padre, especialista en lo suyo, se encargó del nombre, un nombre que suena alto y fuerte, “Turbo” había llegado a mi hogar. Torpe de andar, de carácter juguetón, poco a poco fue ganándose el cariño de toda mi familia y especialmente el mío.

Creciendo con Turbo
Había llegado a mi vida la mascota que uno siempre desea, fiel: como la gran mayoría de canes quizá, pero con un chispazo especial de ternura, encajaba en mi vida. Desde muy pequeño gustaba de ir a correr libre, cada tarde mi mamá sacaba junto al otro can a pasearlos, curioso caso que Turbo nunca salía solo, siempre que lo llamaban volteaba la cabeza para ver si el otro can salía, de ser así, éste a su atrás corría. Los sábados y domingos yo era el encargado de llevarlo pasear. Cierto día, cuando llamaba a los canes a salir Turbo saltó a la puerta, pero volteaba para ver que su compañera saliera, pero ésta no quizo salir ese día, entonces insistí en que saliera solo, y con mucho temor salió solo a pasear, pero estaba conmigo. Ya de retorno, llamaba por su nombre al cual acudía corriendo entre tropezones y resbalos, llegaba contento para entrar a casa, fueron muchos fines de semana repiendo las jornadas, ellos nunca se cansaban.
 
Llegada del colegio
Salía al colegio muy temprano, a veces cuando aún hasta el mismo sol estaba durmiendo. Turbo como de costumbre al sentir el aroma de un amable desayuno acudía a la mesa a acompañarme con el desayuno.
Cada desayuno terminado, él ya sabía que tenia que ir al colegio y se iba a dormir otra vez ¿hasta qué hora? yo no sé.
Cada tarde como de costumbre Turbo sentía a lo lejos el resonar de las llantas anticipando su parada, orejas finas al aire detectaban sonido clásico de cuando un carro se detiene, era un instante entre el viento y todo lo demás. Yo caminaba hacia un sentimiento donde en la entrada sentado y con tibia mirada estaba el eterno ladrador esperando el abrir de la puerta principal para abalanzarse sobre mí, así fueron intensas jornadas de clases.
Se dice que muchas tardes mi llegada se hacía esperar más de lo normal, pero él como buen fiel, puntual en ese instante,  con esperanzas de un encuentro esperando se quedaba, sin percibir el tiempo, el viento, ni las circunstancias.
Algunas tardes estaba él esperado en la ventana del segundo piso en el cuarto de mi papá, miraba desde la ventana las idas y vueltas de los carros. Al primero que se detenía, las orejas parecían detectar presencia o no presencia mía, y cuando las mismas lo hacían, de un gran salto de la ventana al piso del segundo piso, una carrerilla hasta el primero y de un salto a mis brazos ¡Eterno ladrador!

Llamada a la hora de la cena
La cualidad más interesante de entre las muchas que mi fiel poseía, muy curioso de contar que muchas veces las personas de poca imaginación no creían.
Algunas tardes yo estaba con el juego en la computadora, alejado de la cocina en un ambiente propio, como de costumbre cuando el reloj marcaba seis en punto, era la reunión familiar para la cena, mi mamá como en un instante mágico decía a Turbo: ¡Anda corre, llama a tu amo!, era el momento de mi vida, porque el fiel atendía el pedido de mi madre, y caminando llegaba al ambiente donde yo me encontraba, y de un gesto muy tierno que no era ladrido, más bien un llamado, me avisaba que la cena estaba servida, entonces yo acudía a la mesa y al finalar la misma, compartía con mi buen amigo.

Amaneciendo con Turbo
Eran tibias mañanas que al lado de mi familia despertaba, en el silencio aparecían pasos subiendo al cuarto, era un aviso tempranero aún antes que llegue el sol e iluminara, abría la puerta con sus patas, de un salto corriendo hasta la cama, era él con su mirada acompañado de su fiel amiga, subían a la cama era de costumbre que los días de la escuela ausentaba o aquellos en que las clases no habían, cada mañana esperaba su llegada, y si la misma  no se daba, con mi voz llamaba a su nombre y a ésta el fiel a su estilo acudía, como cada mañana era de costumbre ver echado a mi costado brincando de cama en cama, miraba a veces por la ventana el amanecer y los pasares de los carros, era cada mañana de costumbre amanecer a su lado sentado cerca a mi almohada.

Despedida temporal
Fueron felices los momentos hasta que llego la despedida, no era un viaje cualquiera con un retorno, era de ésos con melancolía, había acabado el colegio y mi vida un paso más daría. Cuentan que cuando uno terminaba el colegio, debía seguir en otras aulas, con profesores más altos, y de grandes nombres, fue triste la despedida. Dejar atrás las costumbres, el día a día, y pasar a una nueva vida que yo no conocía. Pero se sabía que éste viaje tendría un retorn, no en un día conocido, pero algún día sería. Empaqué lo necesario, los recuerdos pesaban más que la ropa, una foto de toda la familia no faltó en la maleta grande, viajamos con mi madre, pero ella sola regresaría.

Reencuentros
Los días en el calendario avisaban que la fecha para viajar llegaba, esos días la emoción dibujaba una sonrisa en mi mirada, con los colores de los recuerdos de antes, emocionado por el instante que con mi familia me encontraría, quizá a mi buen fiel escontraría esperando, tal y como mi Madre me decía, que él día a día, aunque no llegaba, seguía esperando… y esperando. Después de meses regresaba y el pobre aún sentado en la puerta esperando ese día, cuando llegaba el el momento como un pozo de emoción acomulado se abalanzaba sobre mí, con un fuerte llanto de alegría, era el encuentro que más esperaba como las palabras y la alegría de ver a mi buen fiel que aun me quería.

Último reencuentro y enfermedad
Como era de costumbre en todas las vacaciones de medio año, viajé para un nuevo reencuentro con los míos, como siempre, él atento a mi llegada. Parecía ser una visita normal como las de antes, pero algo distinto notaba en su semblante, parecía anticiparme algo en un instante, hice miradas blancas antes sus gestos, le resté importancia y continué en familia y amigos.
Noté algo distinto en su mirada, y al acariciarlo sentí una formación rara por su cuello, pero no tomé importancia, ese fue quizá el peor error de mi vida.

Despedida
Un día antes, una tarde antes del retorno de mi último viaje nos quedamos solo él y yo en el segundo piso, yo pude presenciar su enfermedad, porque era hora de la cena y un repentino deseo de no bajar, de cansancio, anticipaba algo malo, estaba sentado dolido y sin poder moverse, con miedo le llamé y le invité a bajar y no acudió, entonces tuve que llevarlo en mis brazos…. esa noche estaba muy confundido, dormí apenas.
Al día siguiente desperté y me despedí de mis padres en la calle esperando el autobús como de costumbre, pero entonces entré un rato para despedirme de mi buen amigo.

A veces la vida no avisa cuándo es la última despedida, existió un instante donde sólo estábamos él y yo, me miró a los ojos con sus grandes ojos oscuros como uvas, me partió el alma, las últimas palabras que le dije fueron: “Turbo, fuerzas”.

Ocurrió un 15 de agosto, la mañana de un domingo.
Ese día… ese día se juntaron todos los ángeles del cielo, tratando en vano de consolarme, como lo son muchas veces, los eternos viajes sin retorno. Simplemente no podía aceptar el hecho de que esta gran historia había llegado a su fin, de que las cosas que algún día fueron, serán mañana irrecordables.

Turbo, se comió de golpe todas las estrellas, se quedó dormido y ya no despertó.
Los momentos vividos, las risas, las peleas, los reencuentros con los seres que uno extraña tanto… ¡No son, sino de antes! 


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